Querido Francisco:

Ojeando la revista AL LORO de octubre, me encontré con tu carta: "La ciudad de mis abuelos"

Me entristecí bastante porque hace tiempo yo también veo lo que tú has visto y te digo querido Paco, que lo que tu abuelo te contara de "nuestro querido pueblo" es cierto. Era chiquitito pero bonito a los ojos del que había nacido aquí. No sé qué edad contará tu abuelo pero yo tengo setenta y cinco y te cuento:

Yo nací en pleno centro, así es que mi niñez fue la Plaza de Jesús donde estaba y está el edificio del Ayuntamiento. Plaza diseñada con arte y con esa farola de caballitos que culeábamos todos los niños de esos tiempos, y que tenía un sonido que nos hacía reír. Hermosos naranjos que cuando llegaba Semana Santa olían intensamente a azahar, unos bancos de madera adornaban la plaza y cuatro farolas en las esquinas, las cuales tenían una figura de mujer desnuda que nos daban rubor. La calle La Plaza, calle principal del pueblo, tenía unos arcos, que adornaban cuando llegaban las fiestas. Calle con bares y un casino donde los señores del pueblo se sentaban fuera en unos hermosos butacones. También se celebraban bailes, una peña de cazadores, también estaba el paseo principal, en el que desfilábamos todo el pueblo. Además teníamos por entonces tres cines, dos de verano y el otro era y es el teatro. Y los domingos de infantil era un día muy especial para los niños.

Para no alargarme más si quieres otro día sigo, pero te diré que yo "antes" tenía amor por mi pueblo, hoy me siento muy decepcionada porque se ha quedado dormido. No sé si es como la bella durmiente y hay que esperar los cien años para que despierte.

¡Sí, querido Paco! Todos los pueblos han prosperado pero este aún no. No creas que tu abuelo te mintió, ni lo dudes, te contó la pura verdad. Otro día te contaré más cosas lindas de éste, mi pueblo; lo quiero con respeto pero prefiero el que vivimos tu abuelo y yo.

Andrea Campos Rodríguez