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RELATOS Y POEMAS

Cuarentena

Convertir cualquier espacio de tu casa en la oficina.
Y que a veces sea invadida por una sonrisa o un grito
de tu hija pequeña que te llama: “papá”.
Subirla a tus rodillas, oler la vida en su pelo,
mientras trastoca con sus pícaros dedos
el informe que estás escribiendo.

Desempolvar la vieja Wii que tenías olvidada,
y jugar hasta tener agujetas,
mientras miles de buenos recuerdos
te martillean la memoria;
observar sin prisas la sonrisa de tu hija mayor
mientras duerme y oyes su respiración calmada y grácil,
como si estuvieras escuchando
el aleteo de una mariposa en el campo;
estar más con tus amigos y familiares ahora en la distancia,
que antes cuando los tenías a unos pasos;
terminar de leer ese libro polvoriento
que dejaste hace mucho tiempo a medias
y saborear sus imágenes como si te las estuvieras bebiendo;
abrir la ventana y sentir la luz del sol sobre tu piel
como si fuera la primera vez que la sientes;
jugar al parchís, al juego de la oca
o bailar en el salón de tu casa como si estuvieras
en una discoteca familiar;
corretear detrás de tu pequeña diablilla
como si no hubiera un mañana, para que no termine de hacer
la millonésima trastada que te dejará sin aliento;
empezar a terminar por fin alguna serie
de las que tenías aparcadas,
o empezar las de la famosa lista que siempre aumentaba;

Acabar por fin las cuentas de tu asociación
o de tu empresa, y comprobar la ruina que ya presentías;
teletrabajar, reír, llorar, aplaudir, recordar, amar, comer,
emocionarnos juntos soñando la libertad…
Y otra vez, comer.

En definitiva, sentirnos afortunados
de poder estar en casa, porque otras personas,
lamentablemente, viven cada día
en la tierra negra de Mordor,
rodeadas de tinieblas, oscuridad y humo.

Todas esas personas son los héroes
y heroínas que convierten a este poema
en un cantar de gesta, en un poema épico
de la edad media, en pleno siglo XXI.

Jesús Graván/ 03/04/2020



 

"Y cuando la curva del contagio baje
y los gobiernos anuncien que ‘lo hemos conseguido’
por favor
no volváis a la inmortalidad
no os pongáis otra vez el traje de invencibles
de inquebrantables, de insufribles
no olvidéis lo que habéis sentido
por favor
sed vulnerables para siempre
seguid cantando en los balcones
seguid aplaudiendo a las señoras de la limpieza
a las cajeras, a vuestras madres
no olvidéis que sólo sois humanos
que sois frágiles, que sois finitos
y cuidad la vida, el planeta
y a todos los seres del mundo
hasta el día de vuestra muerte
como si hubiérais aprendido algo".

Juls Heme Aquí



LA AZOTEA
En estos días de encierro, aunque no pueda salir, dejo la puerta abierta a mi imaginación, ella no requiere mascarilla, ni guantes, ni horario restringido para hacer ciertas cosas, ella puede salir y entrar a su antojo, tanto si es de día como si es de noche, está a salvo de cualquier pandemia, de cualquier contagio, es inmune por naturaleza, su mejor aliada es la paciencia, pues sin ella también estaría condenada a la reclusión, y aunque tuviera esa puerta, eternamente abierta, no tendría fuerzas para poder traspasarla y volar en libertad, no hay cosa más macabra y cruel que encadenar a la imaginación, y solo tú puedes hacerlo.
Son días estos, en los que ella juega un papel decisivo para poder disponer de la paciencia necesaria, y así llevar lo mejor posible este cercado, obligado y recomendable, en el que nos vemos tanta gente.
En el día de hoy, como siempre, mi imaginación ayudada por esa herramienta indispensable que es la memoria, salió a dar una vuelta, y se me vino a la mente, ahora que estamos en este confinamiento profiláctico, aquellos tiempos, tan lejanos ya, en que era un niño, un niño en "blanco y negro", que aunque los niños siempre serán niños, los de "en color", los de hoy, aún teniendo tanta tecnología punta al servicio de sus juegos, tal vez no sea lo suficiente para tenerlos "doblegados" en este estado de excepción que se ha decretado, de momento, solo en casa, y quizás sea por eso, por falta de imaginación.
Puedo asegurar que a mí de niño me sobraba imaginación, parece que ya de mayor también, y conjurada junto con mi memoria, me ha transportado bastantes años atrás, imaginando lo que hubiera tenido que hacer en estas circunstancias y en aquellos tiempos transcurrida ya más de media centuria.
El teatro de mis sueños, de mi fantasía, de mi imaginación en resumen, era, y puede que aún lo sea, pues la memoria me ayuda a no perder esa fantástica propiedad, la azotea de mi casa, con aquel suelo enladrillado tan áspero en verano contribuyendo a esos "desollones" y raspaduras con que "tatuábamos" nuestras rodillas, aquellos pretiles que sobrepasaban el medio metro de ancho, macizos, como almenas de un imaginario castillo, rematados en algunos puntos con aquella caja de madera, circular, que un día fue depósito, de aquellas sardinas en salazón que el tendero de la esquina exponía en su viejo y ajado mostrador de mármol, y que ahora servía de apañado macetero de la "yerbabuena" para el caldo de puchero, viejas latas de "carne de membrillo" y pimientos morrones de gran capacidad, en las que se erguían aquellos geranios de tallos leñosos y flores de variados colores, algunos viejos ladrillos que se apilaban no sé con que propósito su almacenamiento, trozos de madera vieja, guaridas de salamanquesas y algún ratoncillo, hábitat de gatos multicolores, que campaban a sus anchas, hasta que una pedrada con más o menos fuerza les hacía poner distancia entre ellos y nosotros los rapaces, quizás en nuestra inocente imaginación les llamábamos tigres, pumas o panteras. Era aquel escenario un maravilloso teatro multiuso, lo mismo servía de castillo medieval para nuestras escaramuzas a espadas de madera, como de pradera del oeste americano con nuestras pistolas de mixtos y sombreros de cartón fieltro.
También era nuestro improvisado y reducido, pero apañado campo de fútbol, en invierno el piso se asemejaba bastante con su tapizado verde, de verdín, con aquellos resbalones y patinazos, que contribuían a desollarnos y proveernos de "mataduras" también en esa época del año, además de dejar pigmentos de difícil lavado en nuestra ropa con la consiguiente bronca de nuestras madres.
Aquella azotea quisiera poder palparla, tocarla, acariciarla, notarla físicamente entre mis manos, he de decir que hoy la he sentido, la he pisado de nuevo, ese paseo que hemos dado lo ha hecho posible y ha sido maravilloso, reconfortante, un bálsamo que mi paciencia agradece sin medida y que espero y deseo me ayude, nos ayude, a poder pasar con soltura este doloroso episodio que nos ha tocado compartir.
Ya vuelve de regreso la imaginación, de la mano de la paciencia, la recibe en el umbral de esa puerta, que siempre está y estará abierta, mi memoria, que siempre la espera, y nunca le dice hola, tampoco adiós, porque siempre van juntas.

Manuel Perulero Castillo, 24 de marzo de 2020



Primavera confinada

¡Qué triste nos nació esta primavera!
¡Cuán desiertos los parques y las calles!
(Fijamos la mirada en los detalles
porque el alma tenemos prisionera).
Están naciendo flores allá afuera,
reverdecen un año más los valles,
los árboles prosperan en sus talles,
la lluvia huele a hierba y a madera…
Y, mirando a través de los cristales,
sólo vemos vacías la aceras.
A lo lejos, desiertos, los rosales.
¡Qué sola nos nació la primavera!
¡Tan huérfana de risas colegiales,
tan carente de admiración siquiera!
 
Juan Miguel Caballero

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